7/11/16

FUNDACION LEVANTA SALAS Y PROYECTA FILMS ARGENTINOS EN ESCUELAS DONDE NUNCA FUERON AL CINE

UNA FUNDACION LEVANTA SALAS Y PROYECTA FILMS ARGENTINOS EN ESCUELAS DONDE NUNCA FUERON AL CINE

Una crónica de película

Un equipo de la Fundación DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) viaja desde 2014 a escuelas en los rincones perdidos del país, para proyectar films argentinos. Este diario participó en el recorrido por la Comarca Andina del Sur.

Por Horacio Cecchi

Cuando sopla, el viento en Ñorquincó lo hace tan fuerte que oscurece las luces. No es una metáfora. Además del polvo que levanta y nubla la vista, las ráfagas son tan violentas que obligan a anular la electricidad por el peligro constante de que se corten los cables. El 28 de septiembre pasado, el Centro de Educación Media 110 de Ñorquincó, Río Negro, que alberga a 120 alumnas y alumnos de diferentes localidades, estaba preparado para el gran día, la proyección de la película argentina Un cuento chino, de Sebastián Borensztein, con Ricardo Darín, Nacho Huang y Muriel Santa Ana (que estaría presente en la escuela). El equipo de oscurecedores de la Fundación DAC se había dedicado a tapar todas las ventanas y orificios del gran salón donde la enorme mayoría de pibas y pibes del 110 vería por primera vez en su vida la primer película proyectada en una pantalla grande, dentro de una sala compartida.

Pero sopló el viento.

La fase de luz que alimentaba la fuente a la que iba conectado el proyector se cortó. La otra fase de la escuela estaba demasiado lejos. Cuando lograron reunir tres o cuatro prolongadores y conectarlos uno a otro, descubrieron que faltaban unos metros para llegar al aparato. Un generador eléctrico que apareció como posibilidad disparó la esperanza. El motor del generador funciona a combustible. Pero en la estación de servicio del pueblo el surtidor estaba seco. Posibilidad impensable en una ciudad. Pero Ñorquincó tiene 550 habitantes y está sumergido en medio del desierto, entre la meseta patagónica y la precordillera. Un profesor de física haciendo sifón (aspirando) con un tubito de plástico, extrajo de su vehículo unos litros para el generador. Después de unas horas a pura incertidumbre, la comunidad escolar de Ñorquincó tuvo su primera proyección.

La escena de Ñorquincó –que dicho sea de paso en lengua mapuche quiere decir Agua de ñorquin, una planta de la región con la que se fabrica el ñorquin, un instrumento de viento– relata los imprevistos a los que se enfrentó el equipo de la Fundación DAC (Directores Argentinos Cinematográficos), durante una de las nueve funciones del programa “El Cine Argentino va a la escuela”, que en septiembre pasado ofreció proyecciones en nueve escuelas de ocho localidades del sur argentino, seleccionadas porque la mayor parte de sus alumnos jamás había ido al cine y, mucho menos, para ver una película argentina.

Imprevistos hubo en todas las presentaciones. Incluso, la décima, que estaba proyectada pero no fue: en la escuela 186 de El Turbio, un paraje perdido entre la montaña con picos nevados, plena Cordillera, al sur del Lago Puelo, y al que se puede llegar después de media hora de lancha y una hora de caminata entre pedregullo y rocas, al borde de un arroyo de deshielo, mientras los equipos son trasladados en tractor –porque allá donde enfila el grupo de producción de la Fundación no alcanza con llevar el DVD de una película para verla, no es el cine de un shopping–. Pero el domingo 2 de octubre los integrantes del equipo se enteraron que al día siguiente no habría función porque no había lancheros disponibles. Hasta último momento, hicieron gestiones para encontrar un reemplazo, incluso ver la posibilidad de llegar por vía terrestre. Fue en vano.

Hubo lágrimas, mucha tristeza. Después de haberse metido en los parajes más recónditos y haber llevado la magia del cine a chicos de escuela, durante seis días, no llegar a la Escuela 186 de El Turbio fue tomado por el grupo entero como un “fracaso”. Llevó un par de días reponerse al bajón, ya en la CABA y proyectando el nuevo trabajo.

El grupo habitual desde 2014 está conformado por Marcela Carreira, coordinadora de la Fundación DAC; Ricardo Piterbarg, productor y director; Diego Aparicio, cámara y edición, que junto a Pablo Córdoba, sonidista y entrevistador, producen la mayoría de los cortos que dan imagen a cada visita, la película sobre la proyección de la película; Magdalena Muro, productora y Julia Arbós, asistente de producción. Charly, transporte del equipo, residente en Esquel, y considerado uno más del equipo en los viajes por los lagos del sur.

Y en este recorrido patagónico lacustre, Muriel Santa Ana, protagonista de Un cuento chino, actriz invitada a dialogar y responder preguntas de chicas y chicos, y al igual que el resto, a atravesar el pedregullo y los vientos. Todos, incluida Santa Ana, en cada una de las proyecciones del viaje por la Comarca Andina, levantaron sillas, liberaron espacios, subieron escaleras, taparon baches de luz midiendo y cortando la agropol –una suerte de bobina de unos dos metros de ancho y de metros y metros de largo, de un plástico negro multiuso– para pegar contra las ventanas y los huecos de luz, el “oscurecimiento” para lograr la sala de cine.

A ellos se agregó una unidad de Cine Móvil local de Chubut (INCAA), encargada de proveer el equipo de video, sonido, iluminación y pantalla.

El esquema se repite en cada viaje, tal como viene produciendo la Fundación desde abril de 2014. Varía la oferta de películas argentinas, seleccionadas de entre unos 20 films. Varía la o el invitado, que participó de algún modo (director/a, productor/a, guionista, actriz/actor) en la realización de la película a proyectar (como el caso de Santa Ana) quien escuchará y responderá preguntas, y revelará a los chicos la vida interna de la filmación. Lo que no varía es el programa, el núcleo del grupo y la decisión de llevar cine argentino allí donde el cine no llegó nunca.

“Esas cosas no llegan acá –dice una alumna de la 110–, quizás porque Ñorquincó está olvidado.”

Dos días antes. Por la vieja traza de la ruta 40, internándose en la estancia de 99 mil hectáreas de Benetton, enclavada en medio del territorio italiano en Argentina, se encuentra la escuela 90 de Leleque, Chubut, segunda etapa del viaje del Cine va a la escuela. El mismo día, por la mañana, el grupo de la Fundación había presentado Aballay, de Fernando Spiner, en la 107 de Nahuel Pan, Chubut, donde se reunieron también los alumnos de la 791 de Esquel, a 14 kilómetros una de otra. En abril de 2014, los chicos de la 791 habían sido los primeros en ser visitados por el programa de la Fundación en el interior. “La primera escuela a la que visitamos en el interior –dice Carreira a niñas y niños antes de iniciar la proyección– fue la 791, en Esquel.

Y fue la primera a la que le hicimos una donación de equipos de proyección en los que vamos a presentar hoy Aballay”. Entre los docentes de la 791 había esta vez una particularidad agregada. Daniela Martina Aburto, en 2014 había sido espectadora de la proyección como alumna y dos años después recibía al equipo como maestra, con el orgullo que desbordaba de sus ojos, y la emoción de que la idea de llevar cine a una escuela en el medio de una montaña no era tan impensable, o era tanto como los resultados a obtener.

La escuela de Nahuel Pan es de la comunidad mapuche, heredera de los habitantes de la Reserva Indígena de Nahuelpan, que en 1937 fue violentamente desalojada para entregar las tierras al latifundista Lorenzo Amaya. El cuidador de la 107, Felipe Suárez, entrevistado por Aparicio y Córdoba para el documental que relata la visita a cada escuela, recordó con lágrimas en los ojos que había perdido a su abuela en el desalojo.

Por la tarde, en Leleque, la trayectoria, por camino de ripio. De fondo las montañas nevadas. La escuela está ubicada en el centro de la estancia Benetton. Aislada, dentro de la propiedad privada, una escuela pública para niños mapuches, privados de todo. A la proyección de Un cuento chino asistió una docena de chicos que llegaron desde diversos parajes.

Al cierre, los niños arriaron la bandera mapuche, amarilla, blanca y azul, y la argentina, mientras cantaban una canción mapuche, mientras Muriel Santa Ana grababa con su celular las imágenes, en círculo alrededor del pequeño grupo, y la u larga del viento soplaba desde las montañas.

Ana Clarisa Aynol, la directora, se despidió del grupo de la Fundación.

–Pewkayal –les dijo cuando se iban y tradujo–. Hasta que nos volvamos a encontrar.

El recorrido continúa al día siguiente por dos escuelas de El Maitén, a unos 45 kilómetros del mismo ripio al norte de Leleque. La 726 y la 530. Un día más y la proyección es en Epuyén. Escuela 774, con dos proyecciones, mañana y tarde. Mientras, el equipo de oscurecedores de la Fundación viaja en la camioneta de Charly hasta el Paraje Entre Ríos, del Lago Puelo, para cubrir los huecos de un enorme gimnasio en la escuela 788, donde se proyectará Un cuento chino al día siguiente. El dato es que las ventanas a cubrir con agropol están a casi cinco metros de altura y los bomberos de la localidad colaborarán en el oscurecimiento.

Después de conversaciones con las autoridades de la escuela, se sabe, los bomberos no estarán y la proyección se hará en un salón más accesible. La proyección se realizó al día siguiente. La escuela está dedicada a artes. Es pura frescura. Pero en el pueblo no hay salas de cine. Para ir al cine viajan 180 kilómetros hasta Bariloche.

La emoción es una constante en estos encuentros. Llegar hasta estas escuelitas del desamparo, olvidadas por la distancia, por el clima, por la región, por las políticas, ya es un motivo de festejo para las niñas y niños, las maestras y maestros. Ya casi ni que se acuerden, festejan que alguien sepa, con su presencia, que ellos están allí. Llegar hasta esos rincones, con el cine como misión, sólo se puede si hay empatía genuina previa. Como quien dice, corazón. Por eso, Piterbarg, tomó nota, emocionado, de la escritura del mensaje de despedida mapuche de Ana Aynol, en Leleque, y la ofreció a este cronista.

–¿Querés saber cómo se escribe? –preguntó otro día, lejos de las montañas nevadas, en plena urbe.

–Por supuesto.

“Pewkayal”. Llegó como SMS, por mensaje de texto. Imaginé que lo trajo el viento.

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