10/9/23

Genesislipsys

Genesislipsys

Fuí tan solo dos células cuando el óvulo incauto atrapó, de entre millones, al intrépido gameto que, sacudiendo la cola metió su enorme cabeza donde no correspondía; solo dos células; el microscópico inicio de mi vida.

No sé en qué momento, ni de dónde salieron todas las que hoy me conforman

miles, millones, billones de células que de algún lado deben de haber salido.

Se apelmazan, se agrupan en tejidos, órganos y fluidos, para quedar colgadas después de muertas, en finas hebras, en minúsculas partículas que flotan por doquier, en garras indefensas que, a lo sumo, desgarran horas de aburrimiento.

Y sé que cada una tiene la memoria, no solo del prístino cigoto, sino de toda mi humanidad, tal vez la de mis ancestros también, quizás memoria del Big Ban, con mayúsculas, o el bigban de mi vida, que se atomiza cada día, e incorpora nutrientes que pasarán a ser yo, como soy yo los biberones que, compulsiva mi madre me alargara.

Quizás también, alguna galleta, y por qué no, el humo de sus sahumerios, y… por quién sabe que intersticios etéricos, su música, sus 28 joyas musicales que escuchaba, mientras esperaba a quien jamás volvió:

Lunes Bach, martes Beethoven y Chopin, miércoles Tchaikovski, jueves Paganini, viernes Mozart, sábado también, y los domingo, los domingo solo música sacra…

Como este planeta poblado de planetas, también yo soy polvo de estrellas, el cúmulo de asados, pizzas y mateadas, miríadas de células muertas respiradas de quién sabe quiénes…

Del aporte miserable de mi padre, ha quedado nada más que un célula, la mitad de lo que soy, de lo que hice sin saberlo, sin quererlo, con la otra célula materna y la muchedumbre de otras que se han ganado. Gran cosa… casi nada…

Creo, a esta altura, que no solo soy la patria, sino también, el que está a mis antípodas, con memoria genética del que juntaba leña, el que encendía la pira, y el que moría retorciéndose en la hoguera.

Del que esperaba agua de donde saldría gas, del que espera mudo afuera para llevar los cadáveres a los hornos, del que luchaba con leones en el circo, del león que devino en ser humano, del inhumano que bajaba el pulgar irreverente, quizás no sea tan diferente de los unos y de los otros, quizás lo lleve adentro, malditas "V"s cortas, simientes cúmulos “desoxirrivonucléicas” de la vida; de esta vida que nos bigbanéa regularmente

El que lava sus manos, el que calla y no suplica, el que grita “crucifícalo”, el que niega hasta que el gallo, lo denuncia con su canto.

Ahí van todos, enlazados, en unas cadenas impasivas, más pequeñas aún que las dos células, diminutas, indolentes, inimputables, putas células que me formaron. ECA

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La culpa la tiene el otro

Monólogo de Tato Bores (Autor Santiago Varela)


La culpa de todo la tiene el ministro de Economía dijo uno.

¡No señor! dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo. La culpa de todo la tienen los evasores.

¡Mentiras! dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto.

¡Falso! dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita.

¡Pero, por favor...! dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de las escuelas públicas. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera.

¡Calumnias! dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días. La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral.

¡Se equivoca! dijo un corrupto mientras vendía a cien dólares un libro que se llamaba "Haga su propio curro" pero que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco. La culpa de todo la tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público.

¡No es cierto! dijo un empleado público mientas con una mano se rascaba el pupo y con la otra el trasero. La culpa de todo la tienen los políticos que prometen una cosa para nosotros y hacen otra para ellos.

¡Eso es pura maldad! dijo un diputado mientras preguntaba dónde quedaba el edificio del Congreso. La culpa de todo la tienen los dueños de la tierra que no nos dejaron nada.

¡Patrañas! dijo un terrateniente mientras contaba hectáreas, vacas, ovejas, peones y recordaba antiguos viajes a Francia y añoraba el placer de tirar manteca al techo. La culpa de todo la tienen los comunistas.

¡Perversos! dijeron los del politburó local mientras bajaban línea para elaborar el duelo. La culpa de todo la tiene la guerrilla trotskista.

¡Verso! dijo un guerrillero mientras armaba un coche-bomba para salvar a la humanidad. La culpa de todo la tienen los fascistas.

¡Malvados! dijo un fascista mientras quemaba una parva de libros juntamente con el librero. La culpa de todo la tienen los judíos.

¡Racistas! dijo un sionista mientras miraba torcido a un coreano del Once. La culpa de todo la tienen los curas que siempre se meten en lo que no les importa.

¡Blasfemia! dijo un obispo mientras fabricaba ojos de agujas como para que pasaran diez camellos al trote. La culpa de todo la tienen los científicos que creen en el Big Bang y no en Dios.

¡Error! dijo un científico mientras diseñaba una bomba capaz de matar más gente en menos tiempo con menos ruido y mucho más barata. La culpa de todo la tienen los padres que no educan a sus hijos.

¡Infamia! dijo un padre mientras trataba de recordar cuántos hijos tenía exactamente. La culpa de todo la tienen los ladrones que no nos dejan vivir.

¡Me ofenden! dijo un ladrón mientras arrebataba una cadenita a una jubilada y, de paso, la tiraba debajo del tren. La culpa de todo la tienen los policías que tienen el gatillo fácil y la pizza abundante.

¡Minga! dijo un policía mientras primero tiraba y después preguntaba. La culpa de todo la tiene la Justicia que permite que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra.

¡Desacato! dijo un juez mientras cosía pacientemente un expediente de más de quinientas fojas que luego, a la noche, volvería a descoser.

La culpa de todo la tienen los militares que siempre se creyeron los dueños de la verdad y los salvadores de la patria.

¡Negativo! dijo un coronel mientras ordenaba a su asistente que fuera preparando buen tiempo para el fin de semana. La culpa de todo la tienen los jóvenes de pelo largo.

¡Ustedes están del coco! dijo un joven mientras pedía explicaciones de por qué para ingresar a la facultad había que saber leer y escribir. La culpa de todo la tienen los ancianos por dejarnos el país

que nos dejaron.

¡Embusteros! dijo un señor mayor mientras pregonaba que para volver a las viejas buenas épocas nada mejor que una buena guerra mundial.

La culpa de todo la tienen los periodistas porque junto con la noticia aprovechan para contrabandear ideas y negocios propios.

¡Censura! dijo un periodista mientras, con los dedos cruzados, rezaba por la violación y el asesinato nuestro de cada día. La culpa de todo la tiene el imperialismo.

Thats not true! (¡Eso no es cierto!) dijo un imperialista mientras cargaba en su barco un trozo de territorio con su subsuelo, su espacio aéreo y su gente incluida. The ones to blame are the sepoy, that allowed us to take even the cat (la culpa la tienen los cipayos que nos permitieron llevarnos hasta el gato).

¡Infundios! dijo un cipayo mientras marcaba en un plano las provincias más rentables. La culpa de todo la tiene Magoya.

¡Ridículo! dijo Magoya acostumbrado a estas situaciones. La culpa de todo la tiene Montoto.

¡Cobardes! dijo Montoto que de esto también sabía un montón. La culpa de todo la tiene la gente como vos por escribir boludeces.

¡Paren la mano! dije yo mientras me protegía detrás de un buzón.

Yo sé quién tiene la culpa de todo. La culpa de todo la tiene El Otro.

¡EL Otro siempre tiene la culpa!

¡Eso, eso! exclamaron todos a coro. El señor tiene razón: la culpa de todo la tiene El Otro.

Dicho lo cual, después de gritar un rato, romper algunas vidrieras y/o pagar alguna solicitada, y/o concurrir a algún programa de opinión en televisión (de acuerdo con cada estilo), nos marchamos a nuestras casas por ser ya la hora de cenar y porque el culpable ya había sido descubierto. Mientras nos íbamos no podíamos dejar de pensar: ¡Qué flor de guacho que resultó ser El Otro...!       

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