Guardianes de la última frontera
Dos días de fe y fantasía compartidos con los sufíes naqshbandi en El Bolsón, y su rigurosa y extravagante liturgia cotidiana.
En dirección a la meca. Desde El Bolsón, los sufíes de la Orden Naqshbandi rezan al amanecer.
Por Damián Etchezar (Texto y foto)
En 1998 se fundó en Mallín Ahogado, zona rural de El Bolsón, Río Negro, la mezquita más austral de la Argentina y la más distante de la Meca en el mundo. La construyó Abdul Rauf Felpete Papa con sus manos, dentro de su propia chacra. En 2005, la municipalidad local autorizó que una fracción del mismo terreno se destine al séptimo cementerio musulmán del país, el único de la Patagonia y el primero de la Orden Naqshbandi en 400 años. No se inauguró todavía. Pero en una sala exclusiva de la mezquita, en un féretro al que los sufíes cada viernes adoran a coro, reverencian y dan besos, vive el espíritu de un santo sanador. “El macam es una estación conectada a la fuente –advierten–. Tené mucho cuidado con lo que pedís”.
Conducen al mismo lugar esos carteles rústicos que dicen “huesero” y las señales oficiales que indican “mezquita sufí”. Un exjefe de vialidad provincial era paciente de Felpete, que además de “sanador” es “el califa de la Patagonia”, sheik y “guardián de la última frontera” por quien fuera líder global de la Orden Naqshbandi hasta su muerte, el último 7 de mayo en Chipre: Mawlana Sheikh Nazim.
Felpete es uno de los pocos hueseros de la región y en feriados como estos viene gente de lejos a su casa a acomodarse el esqueleto. “Para nosotros es como el domingo de los cristianos, pero este es el único viernes que yo laburo en el año”, comenta quien es el exclusivo responsable de parar la olla en esta mezquita, que en realidad es una dergah : un “convento de oración y retiro” donde fieles de cualquier latitud obtienen techo y comida gratis por el tiempo que se les plazca.
Miércoles
SDLq Assalamu alaikum ”, saludan los barbados que conversan animados en la sobremesa: desean paz al recién venido. La noche se aproxima al Jueves Santo. Recalientan la sopa y comentan el menú de la cena. Menos de chancho, acá se come tanta carne como sea posible, y por lo menos una vez por semana.
Deseo buen provecho y pido permiso para dar una vuelta. Entonces los naqshbandi me desaconsejan orinar a la luz de la luna llena. Temen que algúnjinn resulte malherido: esos duendes son de fuego y no hay sufí que lo ignore.
Me intereso por otros deberes, otros miramientos, y reclaman respeto hacia el gran “centro de poder” de esta mezquita. En una sala exclusiva, el llamado “macam ” es un féretro enorme que aloja el espíritu de “el Gran Santo Abdullah”, un sanador de la Orden muerto en 1973, a los 123 años.
A la sala contigua vamos a dormir los hombres en colchonetas. Entramos descalzos y con el pie derecho, después de cumplir con el budu , que son las abluciones exigidas para tener el rostro y las manos limpias en cada uno de los cinco momentos del día en que los naqshbandi conectan sí o sí con Allah.
Huesero
El papa Francisco le cae bien a Felpete, y para explicar esa simpatía esgrime un sorprendente argumento: “Yo soy musulmán y cuando él dice que un maricón tiene una maldición divina yo sé lo que está diciendo”. Y esto no es todo. “Cuando dijo que una mujer al frente del gobierno iba a traer calamidades, yo dije ‘este hombre es casi musulmán por cómo piensa”, agrega.
Pero según este líder pequeño y enérgico, regordete y algo altivo, también tendría un fundamento genealógico su empatía con el Pontífice. Porque su apellido materno es “Papa”, “y deriva de un solo origen y un solo lugar: los ‘Papabile’, los que siempre estuvieron al servicio del papado o en guerras o en algo”. “Varios de mi familia fueron hueseros oficiales en el Vaticano. Datado, afirmado, comprobado: hace 800 años que mi familia arregla huesos”, asegura.
Y su mamá se lo contó hace muy poco. Un día, cuando él tenía 7 años, ella sufrió una contractura mientras trabajaba en la huerta. El pequeño Felpete se acercó y le puso una rodillita en la espalda, como llevado por un instinto. Le pegó un tirón de los brazos y “plac”, santo remedio.
El complejo
Madera y piedras de la zona, techos de chapas. La rusticidad constructiva es común a todo el complejo. Todo es obra del huesero, su familia y ayudantes ocasionales. Tiene cinco hijos y las tres mujeres dominan por completo las labores rurales y la construcción. El varón de 18 es el único que anda en otra.
En la chacra hay una casa principal donde moran los anfitriones. A un grito de distancia está la primera dergah , asociada en un mismo edificio al macam y la cocina, el lavatorio y la letrina de uso exclusivo de los hombres. Más allá hay otras dos casas de huéspedes. Un matrimonio habita una hace casi dos años, y la otra le sirve de escuela a los niños de la tribu, que se educan fuera del sistema. Y hay una tercera, más grande, exclusiva para mujeres. Además, siete familias sufíes compraron tierra alrededor de los dominios de Felpete, en este rincón cordillerano de profunda belleza.
Jueves
La primera noche de estadía dura un instante. Irrumpen pasos y murmullos. Los barbados se adelantan al sol para cumplir la tercera oración de su día. Son apenas las 6. Revolean al entrepiso colchonetas y abrigos y dejan a la vista las alfombritas persas donde en breve hincarán rodillas y frentes en dirección a la Meca.
El sastre de la tribu, Abdul Malik, sale al frío a llamar a los otros con un canto en árabe. Adentro cada quien se acomoda su cono con turbante. A su muerte, los sufíes serán enterrados sin cajón y esa tela les servirá de mortaja. La llevan en la cabeza para no perder de vista el destino de su carne. Zachi se suma a los hombres con los ojos hinchados tras los anteojitos. Es el hijo menor de Felpete. Tiene 10 años. Su padre parece que no viene.
Por más de una hora los demás corearán mantras graves en la penumbra. Combinarán postraciones con recitados del Corán. “No entendés un pomo pero la energía está”, dirá Felpete, justificando el uso exclusivo del árabe en la liturgia sufí. Sólo sus discursos son en castellano y se retransmiten al mundo vía YouTube. Zachi es responsable del registro audiovisual.
“En los ’70 el Concilio Vaticano decidió que los católicos dejaran el latín. ¿Ahora cuánto aguantás escuchando a un cura sin dormirte? Antes no entendías un pomo, pero tu corazón se abría y salías de allí feliz. Ahora salís apenado por no haber prestado atención o diciendo ‘este cura es un tarado’”.
Terminada la ceremonia, los hombres se saludan en ronda chocando el pecho y encienden la luz. Si Felpete estuviera le besarían la mano. Desde las 7.30 comparten en la cocina mates con pan, queso y dulces caseros, mientras amanece. De a poco se irán a cumplir tareas rurales, de mantenimiento o construcción.
“Esto es para quienes no le encontramos el sentido a la vida en la modernidad –comenta Salim, que queda en la cocina a cargo del almuerzo–. La ciudad es la matrix. La escuela educa operarios para la industria. Nos sacan lo más importante que tenemos. La historia está manipulada para separar al hombre de su esencia divina, su ser espiritual. Y no hay peor desarraigo”.
Viernes
“Yo empecé a buscar a Dios muy temprano”, cuenta el sheik y revela que en su adolescencia fue católico, budista y ateo. “Y me fui a la India a meterme en el sufrimiento humano hasta los límites más asquerosos y sucios: trabajé en un leprosario seis meses. Y volví descreído de que hubiera un camino para llegar a Dios. Pero como alternativa posible siempre estaba la vida simple y sencilla, acotada a montañas, cabras y ovejas. Y por eso vinimos”. En el invierno de 1988 compró esta chacra a ciegas, cubierta de nieve. Con su mujer y su hija se afincaron en septiembre del ’89 y en diciembre recibieron la visita de un médico amigo y un paciente: un adicto recuperado y convertido al islam que le traía un mensaje críptico y fatal desde Chipre. “Es tu última oportunidad”, le mandaba decir el maestro”. Y a mí se me rompió la cabeza”, recuerda el huesero. En marzo del ’90 viajó a Mar del Plata a conocer al psiquiatra que hacía un año introducía la Orden en Argentina, y en octubre a Estambul, a entrevistarse con Mawlana. Enseguida recayó sobre Felpete el liderazgo de los naqshbandi.
Durante los ’90, el sheik y su familia fueron los exclusivos ordenados por estos lados. Durante un año alquilaron un salón en El Bolsón para celebraciones a las que nadie asistía. Pero insistieron. La celebración del día festivo que viene, día deJumma , se inicia esta noche de jueves y hay 57 personas cenando en casa delsheik . El viernes a la siesta unos 30 hombres bailarán en rondas la típica hadra . Son como una hinchada de Dios. Suben y bajan el torso al ritmo de sus respiraciones exaltadas. Otras tantas mujeres replican esa danza en el ala femenina de la dergah . Entre unas y otros pende un velo blanco del umbral de una puerta. Sólo una chica queda fuera del ritual más esperado de la semana. Husmea a los hombres desaforados asomada a una ventana. Está menstruando. Y así son las reglas en esta tribu.
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