18/11/11

Esteban Gandulfo comparte Chiloé, la Isla Aislada

Chiloé

Isla Aislada.

Tiempo atrás, cuando para surcar las aguas se dependía de las naves a vela o remo, los habitantes de una isla tenían poca comunicación con el exterior: Estaban aislados. O, para superar la tautología, tenían limitaciones en sus vinculaciones con el exterior. Hoy las comunicaciones han mejorado sensiblemente, sin embargo, todavía hay vidas insulares que son genuinamente originales.

Chiloé, ese extenso archipiélago al sur de Chile en un rincón remoto del hemisferio austral, tuvo una existencia aislada durante mucho tiempo. La región se fue poblando unos ocho mil años atrás, cuando formaba parte del continente, y al fundirse los glaciares y quedar la isla separada del valle central, evolucionó desarrollando especies típicas, formas de vida que únicamente se encuentran en ese lugar y en ninguna otra parte del universo. Como el ornitorrinco de Australia y Nueva Zelanda.

Las singularidades de Chiloé que vamos a comentar son el chilote, la minga, las iglesias de madera y la dalca, pero las iremos mencionando a medida que avance el último viaje que hicimos con Elvira.

El modo de transporte más popular para llegar a Chiloé, es el automotor, conduciendo por la autopista con peaje, carretera austral Nº5 hasta Puerto Montt, y desde allí, un breve trecho hasta Pargua. En este punto se toma el transbordador, que en una navegación de más o menos media hora, conduce automóviles, ómnibus y camiones hasta el puerto de Chacao en la isla. Sin saberlo, habíamos elegido para viajar el comienzo de un fin de semana largo en Chile, así que el movimiento era intenso.

Movimiento

Movimiento de transbordadores en el puerto de Chacao, Chiloé

clip_image002Nuestro destino era el de las cabañas Trayén que ya conocíamos de viajes anteriores, al sur de Castro, la capital localizada en el centro de la isla. Íbamos un poco preocupados con Elvira, porque no habíamos hecho ninguna reserva, confiados en que durante baja temporada (fines de octubre) seguramente habría lugares disponibles, pero ahora, con el dato del fin de semana largo, y llegando tarde por un demorado desvío que nos hicieron hacer al salir de Puerto Montt por un accidente que había inhabilitado la ruta, teníamos miedo de no encontrar lugar en Trayén. Nada peor que llegar tarde y cansado a destino, y tener que salir a buscar alojamiento, está garantizado que nunca se conseguirá una buena ecuación costo-comodidad-higiene. Finalmente pudimos ocupar la última de las cabañas en Trayén después de convencer a Beatriz que no tomara en cuenta una reserva que no había pagado depósito, y que finalmente no apareció.

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Instalarnos allí nos daba una tranquilidad ligera como de estar en casa, porque el lugar es cómodo, limpio y emplazado en un sitio con perspectivas muy agradables.

Comencemos con las iglesias de madera: Todo pueblo en la isla tiene su iglesia o capilla de madera. Escribir sobre el tema resulta gracioso, porque la moda intelectual imperante valoriza de modo generoso a todo lo referido a los pueblos originarios, y critica de un modo feroz a la conquista de América. Sin embargo, nada existiría de este tesoro arquitectónico, valorado hoy de modo casi unánime, si no hubiera existido el movimiento evangelizador que acompañó el desembarco de los españoles en este nuevo mundo. Ya desde el siglo diecisiete los religiosos a cargo de traer la palabra del Señor fueron los jesuitas. Catequizaban mediante un sistema llamado Misión Circular para hacerse cargo de todas las comunidades evangelizadas. La Misión Circular duraba ocho meses y significaba recorrer en total unos cuatro mil kilómetros en dalca (otra particularidad chilota) y a pie, pero como debían visitar más de ochenta sectores y hacer frente a las adversidades del clima, la estadía en cada capilla duraba sólo un par de días y durante el resto del año la vida religiosa quedaba a cargo del fiscal.

Dalca

En esos primeros años de evangelización jesuita de origen español las iglesias eran construcciones rústicas con techo de paja. Pero como era necesario contar con más sacerdotes, la Compañía solicitó al Rey que se permitiera la presencia de jesuitas de otras nacionalidades, y así fue como llegaron frailes procedentes de diferentes partes de Europa, sobre todo de Baviera, Hungría y Transilvania. Estos sacerdotes extranjeros fueron los que durante el siglo XVIII dieron impulso a la construcción de iglesias más sólidas que las primeras. Los centro europeos aportaron los diseños, inspirados en las iglesias de sus países, y parte de las técnicas de construcción. Por su parte, los carpinteros chilotes pusieron la mano de obra, los materiales y técnicas propias, muchas de las cuales estaban inspiradas en la construcción de navíos. Algo muy interesante es que ante la carencia o escasez de herrajes, hubo mucha utilización de tarugos y ataduras

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Iglesia de Vilupulli, una de las dieciséis declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco

Expulsados los jesuitas en 1767, la labor misionera quedó a cargo de los franciscanos, pero la construcción de templos siguió los modelos del inicio, y se creó una tradición arquitectónica mantenida a lo largo de tres siglos, llamada Escuela Chilota de Arquitectura Religiosa en Madera.

El esfuerzo para restaurar y mantener este frágil patrimonio es muy grande. La madera no tiene la fortaleza de la piedra, y el clima del sur de Chile es cruel. La religión católica tiene una feligresía enmagrecida y aparentemente el mayor esfuerzo para mantener las iglesias de madera de Chiloé es por parte de quienes se preocupan por la herencia cultural. Hay innovaciones interesantes: Por ejemplo, la iglesia de madera de Castro, en su exterior fue forrada en chapa, marteleteada y pintada simulando piedra, al tiempo que mantiene el encanto de la madera en sus interiores.

Interiores de la iglesia de Castro

Elvira aprovechando otra forma de conocer la arquitectura religiosa de la isla: Modelos a escala

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La iglesia de Castro, forrada en chapa marteleteada, erróneamente llamada catedral

Además de las características iglesias de madera y de los rústicos botes “dalca”, Chiloé produjo un habitante específico: el Chilote. Como algunos consideran al término un tanto despectivo, actualmente se les dice también chiloense. El chilote es fornido, de baja estatura, macizo, fuerte y manso. El chilote no se rebeló durante la conquista, y hasta sirvió de apoyo a los españoles cuando éstos se resistían a la independencia, acuartelados en la isla. El chilote debió emigrar cuando los bosques de Chiloé se fueron agotando y el minifundio dificultaba la supervivencia familiar. Hay muchos chilotes, ahora más bien descendientes, en el norte de la Patagonia argentina y son muy buenos trabajadores, de gran resistencia y energía.

La Minga. Si bien la minga no es un producto exclusivo de la isla, sino de muchos pueblos andinos sudamericanos, en Chiloé hay una variante de la minga que adquiere características únicas: mudar una casa de lugar. La minga tradicional sobrevive para que una familia, por ejemplo, coseche las papas pidiendo ayuda a sus vecinos, a quienes alimenta durante el día de trabajo, y a quienes les devuelve la tarea en el futuro. Pero en algún momento los chilotes descubrieron que si debían salvar una casa porque el terreno se desbarrancaba, o si había que dejar lugar para una nueva obra vial, era posible movilizar la casa. Se le llama “tiradura de la casa”. Para poder hacerla, se sacan los cimientos de la construcción y se colocan vigas de madera que cumplen la función de los patines de un trineo. Se sacan puertas y ventanas y el interior se refuerza con puntales para que no se deforme durante el trayecto. La casa se ata a yuntas de bueyes, toros o a tractores y se arrastra lo que sea necesario. En ocasiones también es necesario llevarla a través del mar. Hoy en día la tiradura de una casa constituye un acontecimiento de importancia, reúne muchos espectadores, y se la documenta con fotografías y videos.

 

La primavera en Chiloé muestra colinas hermosamente cubiertas de arbustos llenos de nutridas flores amarillas. Esto ya lo veníamos viendo en el sur de Chile continental y dio pie a una sostenida discusión entre Elvira y yo: Eran o no parientes de nuestras retamas, que también son intensamente amarillas y abundan tanto en nuestro sitio. Acercándonos a las plantas pudimos ver que las flores eran diferentes y la planta tenía muchas espinas, resultó ser el Retamo Espinoso, Espinillo o Tojo (Ulex europaeus) un arbusto de origen europeo perteneciente a la familia de las fabáceas. Se lo introdujo para construir cercados y se transformó en una pesadilla, como nuestra rosa mosqueta. La retama que tenemos por aquí, también es una fabácea, pero yo sostengo que el vínculo familiar entre ambas es muy lejano. El retamo espinoso en flor, cubriendo las colinas es una hermosura, pero la belleza panorámica tiene como amarga contrapartida la inutilidad de la tierra.

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clip_image016Primer plano: Retamo espinoso. Detrás poblado en la isla Lemuy y al fondo la isla grande de Chiloé

Si uno transita por la ruta Nº 5 Panamericana hasta el extremo sur, llega hasta el kilómetro 0. Y si tiene la suerte de gozar de un día despejado (llueve 300 días al año) alcanza a divisar el volcán Corcovado, allá lejos en el continente

Autor. Al fondo el volcán Corcovado

En cambio, si la intención es llegar hacia el oeste, al mar abierto, por el centro de la isla hay un camino que conduce a Cucao y el Parque Nacional Chiloé. Allí la población es mucho más escasa, el mar siempre de mal humor y un parque nacional muy interesante.

clip_image018Mar abierto, costa ventosa y despoblada
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Muy buenas pasarelas a lo largo del tepual en el parque nacional

clip_image022Desde lo alto del mirador, paneles explicativos

Casi todos los pueblos del archipiélago tienen algún lugarcito donde se pueda calmar el apetito que despierta el viaje. Ancud y Castro ofrecen restaurantes propios de una ciudad pequeña, el resto de la isla cuenta con “cocinerías” o simples puestos de comida en alguna feria o mercado. Imperdibles y adictivas: las empanadas de mariscos.

Si es posible elegir la época del año: primavera, comienzos de verano…