14/10/12

La Nación: Nota sobre la reconstrucción en El Hoyo del Restaurante

Volvieron a levantarse tras haber perdido todo

En marzo de 2011 el fuego arrasó con El Hoyo, un pequeño pueblo de Chubut; con esfuerzo lo reconstruyeron

Por Soledad Maradona | Para LA NACION

Gabriela y Gustavo volvieron a sonreír. Foto: Agencia Bariloche

EL HOYO, Chubut.- La desolación se transformó en esperanza. Un año y medio atrás, al comienzo de marzo de 2011, Gustavo López Echavarri y Gabriela Smit se fundieron en un abrazo sentido frente a las ruinas de su casa y de su restaurante que dejó un voraz incendio. Hoy el empeño los llevó a mostrar la otra cara de aquella tragedia y empiezan a contar de nuevo su historia cargada de renovados sueños.

El Hoyo todavía luce los esqueletos de árboles calcinados a un lado y otro de la ruta 40, pero desde la tierra surge la vegetación nueva con un verde que parece aún más intenso que en cualquier otro sitio.

El pueblo padeció varios incendios producto de la sequía , el desmanejo de los bosques y el descuido humano, pero aquel fue memorable para su población, que lo vivió en vilo por el avance de las llamas sobre las casas donde nueve familias sentirían la angustia de perderlo todo.

El gobierno local cumplió con la reconstrucción de las viviendas o la entrega de subsidios para su concreción. Sin embargo, el resurgir del pequeño pueblo dedicado a la producción de fruta fina y el turismo lo logró su propia población, sobre la base de solidaridad y esfuerzo.

Gabriela recuerda con emoción aquel día después del incendio cuando le llegaron cajas desde Buenos Aires de una clienta que alguna vez pasó por el restaurante Pirque y al conocer el desastre que dejó el fuego , decidió enviarle vajilla, mantelería y la cristalería que hoy luce el nuevo local. "Se quemó lo material, pero la esencia está", dijo la mujer a LA NACION sin evitar que la emoción brotara de sus ojos al ver reconstruido aquel pedacito de su vida en la altura del valle y frente a los cerros Currumahuida y Pirque, que con el esfuerzo familiar sostiene desde 1987, cuando se instaló en El Hoyo.

Gabriela y Gustavo, que llegaron de vacaciones unas horas después de que el fuego arrasara con su casa aquel 1° de marzo, encararon la situación con una actitud positiva. "Aunque, a veces, de noche, en la intimidad, llorábamos de la angustia", admite. Todos saben que el resultado de aquel resurgir llevó un largo proceso: "Fue duro, pero no nos dejamos caer, nos pusimos de pie y dimos pelea", señaló tras un profundo suspiro mientras afuera relucían los colores de los primeros tulipanes que plantó tras el incendio.

El proceso no fue igual para todos. Mónica Smit, hermana de Gabriela, también perdió todo en el mismo incendio y todavía lucha con su esposo, Gabriel Rappoport, para poder terminar su casa y volver a poner en marcha la pequeña fábrica de dulces que perdió. "Hay que poner fuerza para salir, empezar de nuevo en todo y trabajar mucho", dijo Mónica con un notorio esfuerzo por contener las lágrimas al recordar aquel día trágico, cuando las llamas cambiaron su ruta por efectos del viento.

Uno de los tres hijos de Mónica es bombero y aquella tarde no llegó a avisar a su madre que el fuego se orientaba hacia su casa. Todo quedó reducido a cenizas mientras los vecinos corrían por la ruta. Mónica sabe que llevará su tiempo, pero aún mantiene el sueño de volver a fabricar sus dulces de fruta fina que ella misma cultivaba desde hacía más de 25 años. Por ahora vive junto a su familia en un quincho readaptado mientras que terminan la construcción de la casa, pero el reimpulso de la fábrica aún no tiene definiciones luego de golpear muchas puertas en distintos organismos para poder relanzar la actividad productiva.

"Esto nos fortaleció y unió como familia", dice otra vecina, Natacha Rodríguez, a modo de buscar una consecuencia positiva luego de perder todo, desde los recuerdos más pequeños, la ropa y los muebles, hasta los elementos de trabajo. Vive junto a su esposo, Javier Benavides, y su pequeño hijo de 3 años, en una cabaña nueva. La casa quedó rodeada de troncos de árboles nativos devorados por las llamas, que antes eran un precioso bosque que ofrecía sombra a vivienda y que, ahora, en cambio, sirven de sostén para el tendal de la ropa.

Su recuerdo del 1° de marzo del 2011 parece cronometrado en la memoria. Cada paso que dio y cómo finalmente pudo salir de la zona rodeada por el fuego con su pequeño hijo en brazos, cuando un vecino que pasaba en una camioneta por un camino cercano la subió en la caja y la alejó de la zona de riesgo, está registrado en su interior. "Ahora hay que seguir, por suerte tenemos trabajo", concluyó sonriente mientras juntaba la ropa del tendal..

LA NACION