"Estaba tirado en el piso del calabazo"
A seis meses de su aparición sin vida, familiares de Guillermo Garrido realizaron una marcha en El Bolsón junto a vecinos que reclaman basta de impunidad. En la crónica de Hans Schulz, el relato de la jornada. Fuente
“Yo era el rey de este lugar hasta que un día llegaron ellos
Gente brutal, sin corazón, que destruyeron el mundo nuestro”
(Charly Garcia, “Tribulaciones …”, 1974)
A la plaza Pagano en El Bolsón la rodean los edificios del Estado. Que palabra: ¡el “Estado”! Es como la “Justicia”, un concepto que en la mente y alma de los ciudadanos de una república evoca múltiples significados. Distante, en esencia ideal, sólo la conocemos cuando las vicisitudes de la vida nos arrojan a sus brazos.
En un día de verano hace un poco más de seis meses Rosa Mayorga y la familia Garrido se encontraron con el Estado y la Justicia de una manera que nadie quiere hacerlo. “Nosotros tuvimos un choque con el auto pero con nadie lastimado. Intercambiamos seguros y después los policías nos dijeron que los acompañemos. Yo estaba con el. Habrá sido a las 2100 horas. Se lo llevaron a la comisaría y lo quise acompañar pero me dijo que no era necesario y que iba a salir enseguida. El no tenía culpa. Yo me quedé acá. Una hija mía que fue a la comisaría para llevarle comida se encontró que estaba muerto. Si no hubiese ido tal vez lo dejaban hasta el otro día tirado ahí. Y un hijo mío también fue pero no lo dejaban entrar le dijeron que había habido un accidente. Cuando nos enteramos nos dijeron que se había ahorcado. Cuando entra la doctora lo encuentro tirado en la celda.
No tenía cinto, estaba tirado en el piso. Tenía la boca cerrada, no había nada que pareciera que se había ahorcado. Tendría que haber estado colgado ¿no? Le sacaron las zapatillas ¿y no le van a sacar el cinturón? Yo lo toque por todos lados pero ya no pude más. La doctora Pavese puso muerte dudosa y así quedó. Estábamos la doctora y yo. Habrá sido a las 10 y media de la noche. Había un oficial de apellido Ovejero con el que discutí bastante diciéndole “vos lo mataste”. Y el me decía que no, que se había ahorcado. El nunca había estado preso. Lo habrán confundido.”(1) Sucintamente y con estas palabras, luego de la sexta marcha, el padre de Guillermo “Coco” Garrido me relató lo ocurrido.
16 julio 2011, El Bolsón, el padre de Guillermo Garrido preparando la marcha
Hay quienes caminan concentrados en su misión. Los que cámara en mano registramos también observamos los detalles de lo marginal: rostros que miran, pequeños afiches en las paredes, pintadas, publicidades y propaganda política. En el futuro serán todas ellas útiles señales de la fecha para delinear el contexto en que se desarrollaron los hechos. Claro que siempre será una labor insuficiente. Al caminar junto a los familiares, simpatizantes y organizaciones presentes, me llamaron la atención por primera vez los edificios de las Instituciones del Estado que rodean la plaza: la Universidad de Río Negro, el Juzgado de Paz, la escuela pública, el Hospital, la Comisaría, el Concejo Deliberante y la Fiscalía.
Tal vez me olvide de alguno, pero no hay duda de que el Estado como tal y en cuanto a sus edificios, en esa plaza está presente. El Estado estuvo presente el día de la muerte de Guillermo en tanto policía provincial y también en cuanto a la medicina pública, al parecer. Pareciera haber habido un ir y venir entre la comisaría y el Hospital que la justicia deberá investigar. La “muerte”, en este caso, es también una forma más de nombrar la incertidumbre, porque nadie sabe a ciencia cierta como sucedieron los hechos y para muchos lo que se quiere mostrar no es exactamente lo que presuponen que sucedió.
El Bolsón, Mural de Otoño con pancarta, 16 julio 2011
La Justicia, como otra institución del Estado y en forma imperfecta, ya que los jueces ofician a 130 kilómetros de distancia, en algún momento que nadie sabe definir con precisión, se hizo presente para ocuparse del caso. Luego Guillermo, ya muerto, vago por órdenes imprecisas de Bolsón a Bariloche y de regreso a Bolsón. En manos del Estado, desde el principio hasta el fin, y en el interior de los pactos invisibles de la sociedad real, “Coco” Garrido, que ahora descansa en Epuyén, se convirtió así en un “caso” más de los tantos que se amontonan en los juzgados y Tribunales de la provincia. Tan fácil e impredecible parece ser el paso de la vida a la muerte en esta región cordillerana que abarca desde el Noroeste de Chubut hasta la ciudad que se extiende sobre el lago Nahuel Huapi.
Lo que pocos pueden hacer es imaginarse las iniquidades del caso aunque sólo baste con leer los diarios u acercarse a los familiares, amigos y organizaciones, para comenzar a comprender sus implicancias. No podrían ser más inverosímiles. Sorprende que haya sucedido en un lugar turístico que el imaginario vincula con el amor a la vida y las filosofías vinculadas ¿Quién de nosotros no ha viajado alguna vez al sur con su familia en busca de “paz y amor” entre paisajes de sublime belleza. A lo largo de la caminata las nevadas laderas del Piltriquitrón nos observaban desde lo alto indiferentes. Para mis adentros yo pensaba que podría habernos pasado a alguno de nosotros que vivimos en esta región o a algún turista que nos visita en pos de una estadía placentera alejada del mundanal ruido. Pero para la mayoría es siempre un acontecimiento trágico distante, una fatalidad que estaba escrita en el libro de la vida del protagonista, o en el libro de su muerte.
En vida podemos aún deambular por los pasillos reclamando algo, ya muertos somos sólo un expediente que va sumando folios en las oficinas de abogados, fiscales y jueces. Ahora está todo en manos de los familiares que claman y los letrados que acumulan evidencias. La telaraña que se irá tejiendo en los tribunales entre el ir y venir de las declaraciones aportará lo demás.
Mientras tanto nos inundamos de ficción, nos imaginamos oscuras tramas de delincuencia, crimen y horror que observamos en la televisión, pero las cosas suceden mucho más cerca de lo que nosotros creemos, están a la vuelta de la esquina y tienen implicancias mucho más peligrosas de lo que suponemos. Pero es más fácil lo imaginado o acaso la atracción fatal de las conjeturas como ha sucedido con las versiones y rumores que circulan alrededor de los crímenes de junio 2010 en Bariloche. Es la naturaleza humana, la imaginación al poder. Pero acá, en El Bolsón, y en un hecho de estas características, estamos mucho más cerca del horror banal e inexplicable de lo que podemos suponer.
En cuanto al Estado, hay quienes lo imaginan como a una serie de instituciones justas y de comportamiento probo que gracias al entrecruzamiento de los controles de los tres poderes podemos supervisar. En estos días sólo basta con leer los diarios para saber cuanto nos hemos alejado del ideal. Lo sucedido en Bolsón el 13 de enero de este año – 2011 – y la forma en que los poderes del Estado actuando con alevosía, dilación e indiferencia han tratado el caso en los meses subsiguientes y la consistente lucha de un pequeño grupo de familiares cercanos, amigos y organizaciones de Derechos Humanos en pos de establecer la verdad de lo sucedido en la celda 2 de la comisaría de El Bolsón, es otro ejemplo cercano más que bien vale la pena observar con atención. No es ficción y ha sucedido muy cerca de nosotros, más cerca de lo que muchos imaginan.
El Bolsón, Comisaría, Virgen
A lo largo de la caminata y entre los edificios que me llamaban la atención y las miradas de los curiosos que poblaban la tarde del sábado pude observar la imagen de una Virgen en el interior del predio de la comisaría. Muda y con el niño Jesús en brazos dirigía su mirada a los que manifestaban en reclamo de justicia. En mis adentros me pregunté que hacía ella allí, testigo solitaria de estos menesteres de los hombres. ¿Sabrá ella lo que sucedió la noche del 13 de enero de este año - 2010 - en el edificio aledaño de cuyo conjunto forma parte? Vaya uno a saber. A juzgar por como van las cosas en este mundo, como la Justicia con la balanza, la Virgen con su niño es sólo la representación de un lejano ideal al que muchos aspiramos.
Por otro lado y al igual que en Bariloche y en otras tantas ciudades de nuestro país, las paredes y los murales se siguen cubriendo de denuncias precisas que no hablan bien de la policía y por ende de la sociedad que los cobija. Son pequeñas señales, signos casi imperceptibles para todos los que transitan por sus calles, incluso para los turistas. El paisaje sólo no alcanza, incluso para los que están enfocados en sus negocios y no pueden trascenderlos. He aquí un problema que debemos resolver entre todos. Las denuncias, las pintadas, los esténciles y los graffiti no son la causa, son una consecuencia de algo que no esta bien en nuestra sociedad. Son indicios. Tarde o temprano va a afectarnos a todos.
Nos inundamos de ficción, nos imaginamos oscuras tramas de delincuencia, crimen y horror, pero las cosas suceden mucho más cerca de lo que nosotros creemos, están a la vuelta de la esquina y tienen implicancias mucho más peligrosas de lo que suponemos. Pero es más fácil la ficción o acaso la atracción fatal de las conjeturas como ha sucedido con los crímenes de junio 2010 en Bariloche. Es la naturaleza humana. Pero acá, en El Bolsón, y en un hecho de estas características, estamos mucho más cerca del horror banal e inexplicable de lo que podemos imaginar.
En cuanto al Estado, hay quienes lo imaginan como a una serie de instituciones justas y de comportamiento probo que gracias al entrecruzado control de los poderes podemos supervisar. En estos días sólo basta con leer los diarios para saber cuanto nos hemos alejado del ideal. Lo sucedido en Bolsón el 13 de enero de este año – 2011 – y la forma en que los poderes del Estado actuando con alevosía, dilación e indiferencia han tratado el caso en los meses subsiguientes y la insistente lucha de un pequeño grupo de familiares cercanos, amigos y organizaciones de Derechos Humanos en pos de establecer la verdad de lo sucedido en la celda 2 de la comisaría de El Bolsón, es otro ejemplo cercano que bien vale la pena observar con atención.
No es ficción y ha sucedido muy cerca de nosotros, más cerca de lo que muchos imaginan: nos podría haber pasado a nosotros o a un turista a los que la policía debe proteger. Al igual que en Bariloche, las paredes y los murales se van cubriendo de denuncias precisas que no hablan bien de la policía y por ende de la sociedad que los cobija. Son pequeñas señales para aquellos que quieren ver. Un mal signo incluso para los turistas y sus familias que quieren pasar sus vacaciones en un lugar apacible lejos del mundanal ruido. Los reclamos de justicia, los graffiti y las denuncias no son una causa, son una consecuencia de algo que no esta exactamente bien. Tarde o temprano va a afectarnos a todos.
(1) Testimonio. Entrevista efectuada a G. Garrido luego de la marcha el 16 de julio 2011 en El Bolsón por el autor de la nota, Hans Schulz.
BARILOCHE 2000
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